domingo, 25 de febrero de 2018

La Dama y el Pincel


Qué sabe de mis recuerdos la seca pintura
entreverada en mis menoscabadas hebras,
desde el pomo de cristal en el que reposo
entre trementinas y vahos oleosos.

Quisiera ser Tiempo
para tornar a bosquejar el rostro de la Dama,
y hallar de nuevo su luminosa mirada,
aquella que atravesó mi alma.

Guié la mano ciega del artista,
consumido por un amor tornado en frenesí.
Ella destellaba entre trazos cian y carmín
con haces de luz y sombras sobre aquel lienzo.

Maldigo el silencio y la quietud,
la lejanía que es condena
mientras mi memoria se destiñe, lánguidamente,
de Aquella a la di y me dio vida.

Añoro no ser tu hacedor perpetuo
y vivir eternamente
en tu inmortal sonrisa.



                                         "La ingenua", Pierre-Auguste Renoir

miércoles, 14 de febrero de 2018

El instante mágico


Cuando alcé la vista, hastiada por la monotonía del ir y venir mundano, todo era rojo y rosado sobre un fondo limpio de un leve azul en declive. Nuestro planeta empezaba a darle la espalda al sol para mirar hacia el cosmos. Algo tan inmenso que sigue su equilibrado pulso existencial y misterioso mientras nos perdemos a diario el regalo de cada atardecer.

 
Atardecer en Port de la Selva

martes, 6 de febrero de 2018

El salto


Sonaba una canción en sus pensamientos. “Ya verás como mañana el sol, de nuevo brillará”. Pero al día siguiente la oscuridad seguía. A veces soñaba que todo volvía a ser como antes pero el subconsciente siempre se encargaba de recordar que todo se rompería al amanecer.  Al final no hubo milagros. No está en la naturaleza de la Vida el ser compasiva.

Con la derrota, murieron también todas sus ilusiones porque aquel que iba a explicarle el significado de las cosas se había marchado para siempre. La niña creció con miedo, principalmente a ser feliz. Cuando rozaba esa especie de libertad, retrocedía, convencida de que la fragilidad de la vida volvería a arrebatárselo todo. Era cuestión de tiempo que llegara el siguiente mazazo. Aprendió a encajar los golpes como pocas personas de su edad porque en su mente solo se había preparado para ello. Pero se estaba perdiendo los paréntesis, los muchos buenos momentos que se le acercaban, y ella negaba. Las corazas trasmutaron su expresión en una máscara de conveniencias, y tan solo debajo de muchas capas se hallaba su verdadera persona, olvidada.

El responsable de truncar su vida regresó con el tiempo, asaltando a otras personas cercanas. No fue una sorpresa para ella, llevaba tiempo esperando que sucediera. Lo que sí fue una sorpresa, lo que marcó el cambio, fue que todas ellas salieron adelante por completo. A pesar de las dudas, del pesimismo que tanto se había cebado en su conciencia, vio cómo vencían la enfermedad, y cómo retomaban sus caminos, a veces convertidas en personas nuevas. Eso le hacía preguntarse por qué le tocó perder a ella y a otras les toca ganar. No había ninguna respuesta.

Pero el tiempo tenía un regalo reservado para ella, porque el miedo, aquel que siempre había sido su aliado, empezó a abandonarla. Descubrió que no se trataba de éxito o fracaso, que no había dos opciones. Comprendió que todo aquel que no se rinde siempre triunfa, y que no se trata tanto de luchar, como de asumir. Dar ese paso era como dar un salto al vacío, a lo desconocido. Pero qué era si no la vida. Un misterio. Y así iba a permanecer si ella solo se limitaba a observar y no a participar. La superación consistía en abrir los ojos. Si ellos habían podido abrir los ojos hasta el instante en que los cerraron o se curaron, por qué no iba a poder ella.

Sólo cuando fue capaz de dar ese paso hacia delante, ese salto, la Vida entró a raudales con todos sus matices, espantos, alegrías, bonanzas, incertidumbres.


Mar de nubes en el Montseny